terça-feira, 29 de janeiro de 2008

el amor

Julian Barnes: "El amor es la única forma posible de conocimiento"
Antes de su viaje a Buenos Aires, el gran narrador inglés habló de su próxima obra que trata sobre la muerte. También, de sus gustos literarios.




Julian Barnes parece tener muy claro qué está dispuesto a dar a su público y qué no. Las razones de esas dádivas y retenciones no siempre están claras. A mí, por ejemplo, me dio medio kilo de duraznos secos.Yo les había avisado que el mercado de la Vega no es un lugar especialmente limpio o seguro, en especial para dos ostentosos turistas británicos, pero a Barnes y a su mujer, Pat Kavanagh, les encantan los mercados de alimentos. También les gustan las plantas, los árboles, las semillas, los animales, las casas sencillas, la caridad, la puntualidad, las paradojas y la privacidad: si no fueran una cotizada agente literaria y uno de los escritores más notables de la lengua inglesa, podrían pasar por el estereotipo mismo de la clase media británica. Y ahora el autor de El perfeccionista en la cocina acababa de descubrir los susodichos duraznos, que acá se llaman mote, y en su entusiasmo no permitió que me fuera sin mi parte. A lo largo de la semana que los Barnes pasaron en Santiago de Chile (que incluyeron una escapada de dos días al sur) acumulé un botín heterogéneo de estas dádivas: una biografía de Víctor Jara (que Pat ya había terminado de leer y no quería llevarse), un par de botellas de vino (que Julian no quería cargar), unas considerables espuelas (que la Universidad Británica le entregó a Barnes como homenaje y que éste prefiere hacerse enviar por correo), opiniones sobre algunos escritores, una cortesía exquisita. Cosas de valor e índole diversa, como la misma bibliografía de Barnes; y como ésta, marcadas por una indefinible distancia.Los Barnes saben lo que quieren, eso está claro. Desde Londres pidieron que se les organizaran excursiones —una a Pucón, la otra a San Pedro de Atacama— y un empleo del tiempo milimétrico en Santiago, no sólo para las actividades oficiales sino también para el tiempo libre. La visita al museo de arte precolombino los deja satisfechos; algo menos quizá la casa de Neruda, donde un empleado informa a Barnes que poseen, de la biblioteca del poeta, una primera edición de Madame Bovary; pero cuando Barnes pide verla resulta que la caja de seguridad no puede abrirse. Esta expectativa defraudada es la primera de una extraña serie: para su cumpleaños, que cae durante su viaje a Pucón, el hotel lo sorprende con una torta. Salvo que falta la torta: sólo hay una bandeja que dice "Feliz cumpleaños". Por fin, durante la excursión a Valparaíso, Barnes pide ver la casa de Lord Cochrane: caminamos y caminamos, pero todos los accesos parecen cortados. "Chile está lleno de estas pequeñas cosas ausentes o inaccesibles", comenta Barnes.A pesar de su amabilidad sin tacha, tengo la impresión de que conversando con Barnes yo también llego a menudo a lugares donde el paso está cerrado. Le pregunto por Philip Roth y me entero, con sorpresa, de que prefiere la novela The Counterlife, que a mí me parece insulsa; en cambio El Teatro de Sabbath le disgustó tanto que ni siquiera la terminó. Le pregunto por Michel Houellebecq, de quien escribió quizá el elogio más memorable: "Hace caza mayor mientras otros matan conejos"."Houellebecq es muy inteligente", dice ahora Barnes. "Pero ninguno de sus libros me gustó ni la mitad que Las partículas elementales" Barnes no parece muy dispuesto a abundar en estos juicios. ¿Es la tradicional fobia británica a todo lo que huela a teoría? Barnes dice que nunca participaría en un congreso de escritores."¿Viajar a otro país para pasarse el día encerrado, discutiendo con otros lo que debería ser la novela o la narración?", pregunta casi horrorizado. Pat le apoya una mano conciliadora en el brazo: "Bueno, Jules, algunos escritores son más gregarios que vos".Barnes y Pat son una pareja conmovedora. Las páginas de Internet hablan de una relación no carente de melodramas, pero es difícil creerlo. Cuando Barnes oye algo divertido o interesante, se lo cuenta de inmediato a Pat. Cuando Pat recoge un coquito de Araucaria, se lo hace oler a Barnes. En un restaurante los vi levantarse juntos para ir al baño: "Vos entendés, me dice Barnes, no quisiera que se perdiera...". Cosa sorprendente, el escritor es más aprensivo que la agente literaria. No sé cuántas veces le he oído decir a Pat: "Julian se preocupa demasiado". "Soy un hombre mezquino y rencoroso -bromea Barnes-, pero prefiero que no se sepa."Pero no hay nada mezquino en Barnes cuando viste el traje de escritor frente a su público. El diálogo en la Facultad de Arquitectura, frente a unas 300 personas, cobra vuelo desde el primer momento. Barnes habla de su primer libro, ese monumento a "los suburbios del alma". Describe su novela Inglaterra, Inglaterra como "un regalo envenenado para la isla en ocasión del cambio de siglo". Habla del amor como "la única forma posible de conocimiento". Se burla de su propio éxito: "En Estados Unidos, cuando un escritor triunfa, cambia de vida por completo: se compra un nuevo auto, una nueva esposa, empieza a viajar en primera clase. En Inglaterra, cuando un escritor triunfa cambia la máquina de escribir."Sobre su próximo libro, que trata sobre la muerte, dice que "después de alegrar a la gente con la noción de que la verdad es inaccesible y la Historia es un naufragio, me gustaría alegrarla con la noción de que cuando estás muerto, estás realmente muerto". Es que de eso se trata: todos se van a casa con la impresión de haber recibido algo de Barnes.A la mañana siguiente volverán las restricciones. Camino del aeropuerto, la gestora de proyectos de la universidad le dice a Barnes que guardará un recuerdo magnífico de su visita; a lo que Barnes contesta, sólo a medias en broma, que sólo si su viaje a San Pedro transcurre sin problemas guardará, él también, un buen recuerdo de esto. Puede que a veces, en efecto, Julian se preocupe demasiado. Pero no importa. En la vida de Julian Barnes hay momentos para dar y momentos para negar; asistir a ese proceso resulta iluminador, también, respecto de sus ficciones.

Do Clarín

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